La idea era tomar un vuelo el día
sábado con el pequeño detalle que habría dos escalas hasta estar cerca de casa.
Como la vida es compleja y el destino incierto, resultamos los afortunados
pasajeros a los cuales se les ofreció (y aceptaron) quedarse en el pueblo
cruceño a cambio de viajar al día siguiente, pagándosenos un hotel por la noche
y taxis para llegar al aeropuerto. La oportunidad nos permitía pasar un día más
en el suelo natal y meter a la valija mis sandalias olvidadas y algún cepillo
de dientes que había decidido aferrarse a la predecible estabilidad que le
otorgaba el baño boliviano.
Hasta ahí todo positivo, y eso que no estoy
mencionando el bonus track más
importante y el que verdaderamente motivó nuestra decisión: la aerolínea nos dio
un pasaje “gratis” por nuestra voluntariosa actitud. Demasiado tentador, ¿qué
podía salir mal?
Al día siguiente 4.00 am
despertamos, nos alistamos y partimos al aeropuerto. Tormenta eléctrica de por
medio, el retraso fue el suficiente para dormir una siestita de unas 3 horas en
pre embarque. Una vez llegados al destino intermedio, por efecto cadena, las conexiones y nuestra ruta se
desordenaron lo más que pudieron. Aventura MODE ON.
Lo que comenzó siendo el sueño
por llegar a casita tipo 15 pm concluyó por ser un tour de aeropuertos partiendo
desde Viru Viru en Santa Cruz de la Sierra, continuando por Lima (donde todo
parecía valer la pena después de degustar un pisquito sour), siguiendo el vuelo
durante 4 horas hacia El Salvador, lugar en el que nos esperaba un avión a
Guatemala aunque en el apuro no fue posible comprar el cafecito tan deseado.
Este último fue el más corto de mi historia: 25 minutos. No me dio tiempo ni para
terminar de leer el innecesariamente extenso reportaje a Ricardo Arjona en la revista de la
aerolínea.
Una vez en Guatemala… ya ni siquiera recuerdo cómo pero embarcamos por 4ta vez en el día y aparecimos en el DF.
Una vez en Guatemala… ya ni siquiera recuerdo cómo pero embarcamos por 4ta vez en el día y aparecimos en el DF.
Milagro para Lorenzo: Nuestro
equipaje llegó a destino intacto y a tiempo.
Todo lindo hasta que nos topamos
con el agente de migraciones al cual no le pareció nada apreciable nuestra
visita. Nos (En realidad… "Me") llenó de cuestionamientos y trajo a otra agente a que
mire y ayude al oficial en su improvisación de preguntas capciosas.
¡Hogar dulce hogar! El depto. nos
recibía con un olor a humedad leve, sin Internet, sin agua, con el calefón teñido
con peligrosas manchas oscuras y unos fideos con crema olvidados en el
microondas. Esta última escena probablemente es la más sugestiva de todas: la
superficie de los irreconocibles fideos contenía, entre otros inquilinos a una
colonia de pitufos alienígenas, antropomorfos, nazis, con facciones simil Moira
Casán y con un sistema de organización gubernamental basado en múltiples
elecciones de referéndum vinculantes… más o menos por lo que pude llegar a
espiar de lejos mientras Pablo los tiraba a la basura.
Afortunadamente todo pareció
resolverse con una buena noche de descanso sin cinturones ni videos de
seguridad. Al despertar fue otro día, en el transcurso del cual cada imprevisto
fue solucionándose a la perfección, con la cocina sin visitantes indeseables y
el router con la hermosa luz “On line” sonriéndonos.
¡Ah! Y con nuestros voucher de TACA tan lindos espiando desde el mueble del living, ansiosos por saber en qué destino serán invertidos.
A la señorita que atendía
informaciones de TACA en Perú se le debe haber roto una uña en esos días por
tanta mala onda que le enviamos junto con otros 100 enfadados pasajeros dada su
pésima actitud. (Nunca subestimes el esotérico poder de un cliente molesto y
desvelado)
No nos tocaron los aviones más cómodos que había, eso seguro. |
No hay comentarios:
Publicar un comentario